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“Espero que los neozelandeses se queden con la creencia de que pueden ser amables, pero fuertes; empáticos, pero firmes; y optimistas, pero enfocados”
Jacinda Ardern.
La política está impregnada de estereotipos que niegan e invisibilizan la capacidad de liderazgo de las mujeres a través de diferentes formas, ya sea mediante el lenguaje o las imágenes, cuestionando su capacidad, apariencia física, sus vínculos personales o afectivos e incluso por la desconfianza que se genera al identificarlas como un ser débil, sensible, con poca capacidad de diálogo, obstaculizándole la obtención de recursos o apoyos partidarios con personas políticamente importantes.
En América latina la participación de la mujer en la política va en aumento, ello se debe a diversas reformas legislativas que obligan a los partidos políticos a postular un determinado porcentaje o número de mujeres a los cargos de elección popular, de tal forma que, en el papel, las condiciones están dadas, pero culturalmente la idea del poder aún reside en la imagen masculina. No obstante, en estos avances, persisten diferentes obstáculos que obstruyen su plena participación política en condiciones de igualdad en relación con los hombres.
En la sociedad se han asignado sistemas de valores, pautas de comportamiento, roles y papeles diferenciados para mujeres y hombres. A las mujeres se les dibuja como emocionales, empáticas, cuidadoras, conciliadoras y relegadas al ámbito familiar. Por otra parte, a los hombres se les identifica con fortalezas tales como el de ser competitivos, inteligentes y sobresalientes, luchadores, preparados, seguros de sí mismos, es decir, con todos aquellos atributos necesarios para ostentar el poder y gobernar. Dichos estereotipos, según el Comité para la Eliminación de la Discriminación Contra la Mujer (CEDAW), limitan la vida política de la mujer y la excluye de responsabilidades, siendo el hombre el que se ha apoderado de los espacios políticos y públicos.
Estas acciones discriminatorias que benefician a un sexo sobre el otro, pueden estar dirigidas también a identidades sexuales diversas y a otras condiciones marcadas por la desigualdad o estigmatización. El sexismo se expresa a través de la hostilidad, la exclusión, la invisibilidad, la agresividad y la violencia física o simbólica, ejecutándose a nivel institucional y social; perspectiva excluyente que es transmitida y reproducida en el lenguaje.
Según Peter Glick y Susan Fiske, el sexismo está compuesto por dos tipos de actitudes: una benevolente y hostil, ambos representan orientaciones evaluativas opuestas hacia las mujeres. El sexismo benevolente se basa en una ideología tradicional y suelen usarse tonos paternalistas y condescendientes hacía las mujeres, aquí se ofrecen características por la cuales deben ser valoradas, por lo regular vinculadas a su capacidad maternal. Por su parte el sexismo hostil, se correlaciona con actitudes negativas y de estereotipos sobre las mujeres, ambos igual de dañinos.
Dichos sexismos han llevado a una masculinización de la política, a terminar asumiendo algunas características asociadas a la virilidad como estrategia para encajar mejor en el rol que impone el ejercicio del poder, de acuerdo a los estereotipos masculinos; esto se ha hecho evidente en la forma de vestir que han adoptado mujeres como la vicepresidenta de Estados Unidos Kamala Harris, Angela Merkel e incluso Margaret Thatcher, quienes optaron por usar trajes que emulan los vestidos masculinos tradicionales. A pesar de ello, no es posible evitar actitudes discriminatorias, condescendientes, paternalistas -sexismo benevolente-, cuando no abiertamente violentas, siendo constantemente maltratadas verbalmente o ridiculizadas a través de las redes sociales, con la finalidad de opacarlas, vilipendiarlas y amedrentarlas -sexismo hostil-.
No obstante, hay mujeres que en diversas latitudes, en los últimos años, han optado por un modelo de liderazgo que fortalece los estereotipos femeninos; casos como el de Victoria Donda, la mujer más joven en ser elegida al Congreso Nacional argentino, abogada y activista de derechos humanos, quien ocupó su curul junto a su hija, a quien alimentó durante la sesión, sin olvidar a la diputada de “Podemos” Carolina Bescansa, quien entró a la cámara baja española y amamantó a su hija.
Un caso reciente fue el de la primera ministra de Nueva Zelanda Jacinta Ardern, quien el pasado diecinueve de enero renunció a su cargo, aduciendo falta de energía para continuar desempeñando su función, señalando que su intención era pasar más tiempo en la crianza de su hija y su familia. Ardern, durante su desempeño como primera ministra mostró un liderazgo personal muy horizontal, amable pero firme, empático pero decidido. En su discurso de renuncia defendió su forma diferente de hacer política, más humanista, empática y cercana a la ciudadanía, dejando a un lado los estereotipos masculinos en la política, llevando a feminizar cada parte de ella, dejando en claro algo: Existe otra forma diferente de liderazgo.
Elvira Ochoa Martínez,
Licenciada en Derecho.
STEREOTYPES AND SEXISM IN POLITICS
“I hope that New Zealanders will retain the belief that they can be kind but strong, empathetic but firm, and optimistic but focused.” – Jacinda Ardern.
Politics is permeated with stereotypes that deny and invisibilize women’s leadership capacity through different means, whether through language or images, questioning their abilities, physical appearance, personal or emotional relationships, and even creating distrust by labeling them as weak, sensitive, with limited dialogue skills, hindering their access to resources or support from politically important individuals.
In Latin America, women’s participation in politics is increasing due to various legislative reforms that require political parties to nominate a certain percentage or number of women for elected positions. However, culturally, the idea of power still resides in the masculine image. Despite these advances, various obstacles persist, obstructing women’s full political participation on equal terms with men.
In society, different systems of values, behavioral patterns, roles, and differentiated roles have been assigned to women and men. Women are portrayed as emotional, empathetic, caregivers, conciliatory, and confined to the domestic sphere. On the other hand, men are identified with strengths such as competitiveness, intelligence, excellence, fighting spirit, preparedness, and self-assurance—attributes necessary for holding power and governing. According to the Committee on the Elimination of Discrimination against Women (CEDAW), these stereotypes limit women’s political lives and exclude them from responsibilities, allowing men to take over political and public spaces.
These discriminatory actions that favor one gender over another can also be directed at diverse sexual identities and other conditions marked by inequality or stigma. Sexism is expressed through hostility, exclusion, invisibility, aggression, and physical or symbolic violence, operating at institutional and social levels—a exclusionary perspective that is transmitted and reproduced in language.
According to Peter Glick and Susan Fiske, sexism is composed of two types of attitudes: benevolent and hostile, both representing opposing evaluative orientations toward women. Benevolent sexism is based on traditional ideology and often uses paternalistic and condescending tones toward women, offering characteristics by which they should be valued, usually linked to their maternal abilities. Hostile sexism, on the other hand, correlates with negative attitudes and stereotypes about women—both equally harmful.
These forms of sexism have led to a masculinization of politics, with women adopting some characteristics associated with masculinity as a strategy to better fit into the role imposed by the exercise of power, according to masculine stereotypes. This has become evident in the way women dress, with figures like Vice President of the United States Kamala Harris, Angela Merkel, and even Margaret Thatcher opting for attire that emulates traditional masculine suits. However, it is not possible to avoid discriminatory, condescending, paternalistic attitudes (benevolent sexism), and even openly violent ones, as women are constantly verbally abused or ridiculed through social media to overshadow, vilify, and intimidate them (hostile sexism).
Nevertheless, in recent years, women in various parts of the world have chosen a leadership model that strengthens feminine stereotypes. Cases like Victoria Donda, the youngest woman to be elected to the Argentine National Congress, a lawyer and human rights activist who occupied her seat while breastfeeding her child during a session, or the “Podemos” deputy Carolina Bescansa, who entered the Spanish lower house and breastfed her daughter.
A recent example was that of New Zealand’s Prime Minister Jacinda Ardern, who resigned from her position on January 19, citing a lack of energy to continue in her role, stating her intention to spend more time raising her daughter and being with her family. Ardern, during her tenure as prime minister, displayed a personal leadership style that was horizontal, kind yet firm, empathetic yet determined. In her resignation speech, she defended her different way of doing politics, more humanistic, empathetic, and close to the citizens, leaving aside masculine stereotypes in politics, and emphasizing one clear message: there is another different way of leadership.
Elvira Ochoa Martínez Law Graduate